Hoy es nuestro segundo y último día en Varanasi. Nos hemos
levantado muy temprano para volver a los ghats
y presenciar ese espectáculo matutino de las abluciones. Creíamos que a esas
horas estarían las calles tranquilas, pero es prácticamente igual a todas
horas. Por el camino te encuentras a pobres mutilados sin ninguno de los dos
brazos, mendigando con una lata colgada de un muñón; hombres sin una pierna que
tienen que andar a rastras con ayuda de un palo porque no tienen muletas;
leprosos sentados en los escalones o, simplemente, gente tirada en la calle. Todos
ellos esperando su hora en la ciudad de la muerte, siempre cerca del río
sagrado que hará que sus almas alcancen el nirvana.
Es pasmoso y horrible, sí. Pero la muerte aquí se vive de otra manera.
Después de mucha vuelta y mucho sudar, vamos en busca de
algo de comida camino al hotel. Nos paramos en un puesto de fruta y a Ana le
clavan el módico precio de 1 euro por una sola manzana. Yo me llevo un manojo
de plátanos por apenas 50 céntimos, así que está claro que las manzanas son un
artículo de lujo. Comemos allí mismo en la recepción del hotel aprovechando el
frescor de aire acondicionado y así hacemos tiempo antes de coger todas
nuestras cosas e irnos de nuevo hacia la estación. Todavía quedan algunas horas
para que salga nuestro tren, pero ya no tenemos fuerza para volver a salir a la
calle y pasar por el mismo suplicio.
La estación desde la que tenemos que salir a Delhi no es la
misma de llegada, está mucho más cerca. Decidimos irnos en bici-rickshaw tras
negociar el precio con el hombre, que el pobre es tan pequeño que tiene que
pedalear de pie y apenas le llegan los pies a los pedales si se sienta. Hemos
estado bastante tiempo en la estación, pero la espera no tiene desperdicio:
observas el ir y venir de la gente, cómo se te quedan mirando delante de ti sin
discreción ninguna, monos saltando de un lado de la vía al otro, vacas en medio
de la vía…Y así hasta que llegó nuestro tren. De nuevo a subir a esas literas,
esta vez sin cortinas, sin sábanas incluidas, con bichos, compartiendo cabina
con un hombre que empezó a preguntarnos si estábamos casadas y cómo es que
habíamos dejado a nuestros maridos solos (con cierto recelo y acritud). No
sabíamos como pasaríamos esa noche, pero lo único que estábamos deseando es
llegar a Delhi, que llegara ya el momento de ir a Nepal y abandonar la India
por unos días.
Desde luego es OTRO mundo...
ResponderEliminarTotalmente!
ResponderEliminarA mi me parece una peli de Indiana Jones.
ResponderEliminar