Día 10: Último día en India

12 de septiembre
Trece horas de interminable tren y peor que el anterior. Tenían puesto el aire acondicionado y hacía frío; yo no tenía sábanas ni nada para cubrirme, así que entre mi poncho y el de Ana me monté un chiringuito que cada vez que me giraba lo más mínimo para cambiarme de postura sonaba todo el plástico. Ana me llamó varias veces durante el trayecto pensando que ya estábamos llegando, pero eran una falsa alarma. Al final era imposible coger el sueño y ya se hizo de día. Estuvimos varias horas sentadas intentando matar el tiempo como podíamos mientras los pesadetes del chai (té) y del coffee pasaba una y otra vez por los vagones.
Se supone que alguien tendría que esperarnos en la estación para recogernos y llevarnos al hotel (también estaba incluido en lo que contratamos), pero como ya imaginábamos, no había nadie. Así que, antes de tener que llamar a la agencia, gastarnos el dinero y tener que entendernos por teléfono, decidimos intentar buscar el hotel por nuestra cuenta. Y hete aquí de nuevo la presencia de la indiosincrasia. Yusuf nos dijo el último día con él la estación de metro donde teníamos que bajarnos para ir al hotel. Mal indicado. En la estación de metro preguntamos a dos personas distintas cómo llegar allí y las dos nos dijeron cosas distintas, por supuesto las dos mal indicadas. Después de dar mucha vuelta por la calle y preguntar en otros sitios donde te respondían lo que les salía del papo, acabamos de casualidad en una oficina de turismo donde, sorprendentemente, nos atendieron con eficiencia. Se encargaron de llamar a la agencia de nuestra parte y al rato llegó un conductor.
Templo del Loto
 
Antes de ir al hotel, nos llevó de visita por Delhi. Como ya era el último día y nos quedaba muy poco dinero, le dijimos que sólo nos llevara a sitios donde no hubiera que pagar (y así de paso le íbamos haciendo a la idea de que no había propina que rascar). Nos llevó por la parte más moderna y occidentalizada de la ciudad, nada que ver con todo lo que hemos visto días atrás ni con lo que vivimos nuestro primer día aquí. Parques grandes, verdes y bien cuidados, avenidas anchas, barrios de gente acomodada…La otra cara de la India y un contraste bastante inquietante. También fuimos a un templo sij, religión minoritaria importante en la India, aunque no llegamos a entrar (los sijs son los indios que llevan turbante de diferentes colores y barba bien cuidada, que no deben confundirse con musulmanes).  Como no, no podían faltar las visitas “obligadas” a tiendas (muy típico para ver si el turista cae y así el conductor se lleva una comisión), pero ya le habíamos advertido que no íbamos a comprar nada. Aún así, parece que tienen la obligación de hacerlo (según lo que entendí por una explicación no muy convincente).
Estábamos tan cansadas ya, física y moralmente, que íbamos dando cabezazos en el coche, por lo que nos fuimos bastante pronto al hotel. Aprovechamos para imprimir el billete a Nepal y reservar alojamiento allí. El sueño no nos quitó el antojo repentino que teníamos por ir a esa famosa cadena de hamburguesas, que desde que hemos visto carteles por la ciudad, se nos iban los ojos y la imaginación por comer basura occidental y darle un pequeño respiro a nuestros pobres estómagos. Lo que odias normalmente en tu país, aquí se convierte en una necesidad casi desesperada. Así que, sin todavía ducharnos y con unas pintas lamentables, nos montamos en un rickshaw y le dijimos que nos llevara al más cercano. Pero claro, la cosa no iba a ser tan fácil, como cabe esperar en este país. El chaval no tenía ni idea de dónde queríamos ir, se paró por el camino para preguntar a otros, y tampoco sabían, hasta que un simpático sij se lo explicó y nos dejó allí, en nuestro particular templo sagrado.
Después del festín, vuelta al hotel y otra vez con el mismo problema: nadie sabía dónde estaba el hotel, y eso que no andábamos muy lejos y teníamos una tarjeta con la dirección. Durante todo nuestro viaje los rickshaws siempre han pasado continuamente y nos han pitado para que nos montáramos, pero ahora, justo cuando necesitábamos uno, no pasaban o no conocían el sitio. Nos íbamos riendo por la calle como dos locas, ya sea por el estado en que nos ha dejado la experiencia en este país o que ya nos la trae muy pero que muy floja lo que nos pase porque tenemos la alegría de saber que mañana salimos de aquí. Al final, después de varias vueltas, conseguimos un “faraway” (así es como Ana ha bautizado a los rickshaws).
Ducha como gloria bendita y a lavar algunas prendas para tener algo mínimamente limpio y decente. Es nuestra última noche de hotel en la India (nos queda todavía una de aeropuerto dentro de unos días). Aquí cerramos la primera etapa del viaje, deseosas de que empiece la nueva etapa en Nepal, pero a la vez con el miedo y la incertidumbre de no saber qué nos puede esperar allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario