Día 15: Fin de ruta

17 de septiembre
Tampoco vamos a poder ver el amanecer…El día se ha levantado lluvioso y no tiene pinta de querer despejarse. Es una pena, pero contábamos con ello porque todavía no ha pasado la estación lluviosa.  Ya hay algunas heridas en los pies, pero gracias a las benditas tiritas los dejamos como nuevos para caminar un día más.
Hoy es el último día de senderismo. Vamos hacia el sur, con destino final en Dulikhel y vuelta a kathmandú. La mayor parte del camino es cuesta abajo o recto, que en un día soleado hubiera sido la gloria, pero en terreno mojado es una pista de patinaje, sobre todo bajando escaleras de piedra. Si no, que se lo digan a Ana, que ya lleva unas cuantas de caídas porque la suela de su calzado es lisa. Hoy nos toca llovizna y niebla durante todo el camino que nos impide ver el paisaje, pero a cambio nos regala un ambiente mágico y misterioso mientras paseamos por terrazas de cultivo de maíz, atravesamos plantaciones de patata o nos cruzamos con lugareños sonrientes que aparecen de entre la bruma. El silencio, la tranquilidad y la soledad hacen que el camino sea aún más vigorizador y místico, si cabe. Pasamos por una de esas pequeñísimas aldeas donde hay varios niños observándonos desde una ventana. Saludan y sonríen efusivamente, pero en el momento que saco la cámara de fotos se quedan totalmente mudos y con una expresión seria o de asombro. Guardo la cámara y vuelve ese revuelo alegre.
cultivo de patata

terraza de maíz
La lluvia no nos da tregua. Aunque llevemos los ponchos, poco a poco nos vamos empapando enteras y se nos han formado charcos en los pies. Algunos tramos resbalan bastante, así que Ana tiene que ir agarrada del brazo de Babu, que vista desde atrás parece una pobre anciana desamparada con la joroba de la mochila bajo el poncho. Otras veces la lleva agarrada de un palo, como si estuviera tirando de un burrito. Yo, que voy detrás descojonándome viva, tengo que bajar de lado o con los pies metidos hacia adentro para no hacerme daño en las heridas (las tiritas ya andan flotando por alguna parte de mi pie), a lo que mi madre diría que parezco una gallina con reúma.  Menudo cuadro.
 
 
 
 
Aceleramos el paso para intentar llegar cuanto antes a Dulikhel porque cada vez va lloviendo más, estamos totalmente caladas y ya poco podemos disfrutar. A pocos metros de la parada del autobús que nos llevará de vuelta a la capital, pasamos por el garaje de una casa en la que tienen montada una fiestecita, y nos invitan rápidamente a entrar para protegernos del mal tiempo. Celebran algo en honor a uno de esos miles de dioses hindúes y nos bendicen con el punto rojo de la buena suerte. También nos sirven un pequeño cuenco con trozos de fruta y algún dulce, y cuando terminamos, nos arrastran a bailar al ritmo de la música nepalí de fondo. Sabemos que somos el centro de atención en esos momentos y que soltarán alguna risa a nuestra costa, pero las dos tan contentas íbamos imitando los pasos de las mujeres. No estuvimos mucho tiempo, pero el suficiente para comprobar la hospitalidad y el calor de la gente.
 
 
Y aquí , con la pena de tener que abandonar unos paisajes como éstos, finaliza nuestra ruta. Volvemos a la vida urbana y ajetreada de la ciudad, con el aliciente de ir pasando por campos de arroz de un verde tan intenso que parece pintado. El autobús va abarrotado, pero nada comparado con el segundo minibús que cogemos una vez llegadas a kathmandú para que nos lleve al hostal. Es una furgoneta a la que hay que entrar agachados y buscarse un hueco como uno buenamente pueda. Como está lloviendo, el conductor sigue dejando entrar a la gente. Intimidad cero, es una auténtica lata de sardinas no apta para claustrofóbicos. Ana lleva pegado en la cara el sobaco de un hombre y a un ancianito sentado en su pierna. Para salir de la furgoneta, otro show: no puedes ponerte ni siquiera de pie, la gente tiene que empujarte  y tirar de ti para que salgas, como si te estuvieran rescatando de entre los escombros. Y pensar que hace un par de horas andábamos totalmente solos por las montañas…
El dueño del hostal, muy majete él, ya nos tiene preparada la habitación con todas las cosas que dejamos atrás. Nos despedimos de Babu, que sin él nos habríamos perdido con seguridad si hubiéramos hecho la ruta solas, y nos pegamos un merecido duchazo con agua calentita. Salimos a cenar por última vez en un país que nos ha sorprendido muy gratamente y volvemos pronto a casita para empezar a mentalizarnos de una cosa: desde ahora hasta la mañana siguiente, son las únicas horas que vamos a poder dormir en condiciones hasta que lleguemos a España.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario