14 de septiembre
Hoy es el día que sin duda más ha cundido de todo lo que
llevamos de viaje. Hemos aprovechado el día entero desde que nos levantamos
hasta la noche, moviéndonos a nuestro antojo y viendo muchos sitios.
Para empezar, nos sorprendió el desayuno tan generoso que
nos sirvieron en el hostal: un cuenco de cereales (avena) con plátano troceado,
dos tostadas, huevos hechos a gusto del consumidor, té y zumo. Y esto incluido
en el precio de la habitación, que no llegaba a 7 euros la noche. Tras este
festín matutino, que no pude ni terminar, decidimos contratar al guía local que
nos ofreció el dueño para tres días de senderismo, que empezaríamos al día
siguiente, así que ya teníamos solucionados nuestros días en Nepal.
Más contentas que unas pascuas, nos pillamos un mapa y hacemos
el planning del día para aprovecharlo
al máximo. A los alrededores de la capital hay muchos sitios importantes para
ver, así que pensamos que mejor empezar por ahí y dejar lo más cercano para lo último.
Queremos ir primero a Boudhanath, a 11 km de Kathmandú y donde se encuentra una
de las estupas budistas más importante de Nepal. Cogemos un rickshaw a pedales, que encima de que el
tío nos clava un poquito, nos dejó bastante lejos porque no podía acceder con
la bici por un camino embarrado. Bueno, no importa, así nos pegamos un paseíto,
vamos viendo la forma de vida de los nepalíes por los barrios periféricos y de
paso preparando las piernas para los próximos días. Allí nos esperaba la
estupa, una construcción esférica presidida por una pequeña torre decorada con
unos imponentes ojos, con cientos de banderitas de colores y rodeada de gompas
(pequeños monasterios tibetanos). Un bello lugar, patrimonio de la UNESCO, y
nuestro primer contacto con la religión budista. Alrededor de la base de la
estupa hay algunos devotos rezando, utilizando una especie de rosario y
deslizándose por unas tablas de madera cada vez que acababan una cuenta. No me
extraña que esta gente tenga una vida tan longeva, porque es como hacer deporte
al mismo tiempo que rezas. Otros, por otro lado, hacen un circuito tocando unas
campanas y dando vueltas alrededor de otra campana gigante. El pensamiento
filosófico e histórico oriental es cíclico (y no lineal como el occidental), y
es curioso observar cómo esa concepción abstracta puede también plasmarse
físicamente en sus rituales y construcciones, siempre en círculo. Nos damos
cuenta de que, si hubiéramos entrado por una calle trasera, no habríamos tenido
que pagar para entrar (son pocas rupias, pero se queda una con la mosca detrás
de la oreja).
Nos alejamos un poco del Budismo para volver a adentrarnos
en el mundo hindú y bajamos andando hasta Pashupatinath, otro pueblo patrimonio
de la UNESCO y conocido por sus cremaciones a orillas del río Bagmati (afluente
del Ganges, y por tanto, también sagrado). Ha sido un poco complicado acceder,
ya que, para sorpresa nuestra, había que pagar. Seguimos rodeando la zona para
ver si podemos entrar por otro sitio, subiendo hacia un pequeño monte plagado
de monos espulgándose unos a otros, hasta que nos viene un hombre con los
tickets de entrada. Ana está empeñada en que se debe poder entrar al pueblo
sin tener que pagar, por lo que seguimos por otro camino, bajando por unas
escaleras y subiendo por otras. Al final, como el que no quiere la cosa, descubrimos
unas escaleritas que bajaban hacia una garganta, todo verde alrededor y
atravesada por el río, y nos plantamos en plena ceremonia de cremación en todo
el corazón del pueblo sin haber pagado. Nos vamos a un sitio más discreto para
no dar tanto el cante y desde allí observar el ambiente. El pueblo es
sorprendentemente bonito, rodeado de templos, ghats, paisajes…En frente tenemos al difunto, cubierto con una tela
y a orillas del río, esperando a ser incinerado. Un poco más abajo, niños
bañándose en un lado del río y al otro lado columnas de humo de cuerpos
calcinados. Sí…esto nos recuerda a algo: nos transportamos de nuevo a la
esencia de Varanasi. Más arriba hay una colina, desde la que se puede ver el
pueblo entero, y nos perdemos un rato entre la decena de pequeños santuarios y
monos juguetones.

Se acerca la hora de comer y queremos ir ahora hacia Patan,
otro lugar también declarado patrimonio de la UNESCO. Intentamos gitanear a los
taxistas con nuestras desarrolladas estrategias de regateo, pero no cuela (se
descojonaban), hasta que al final logramos fijar un precio intermedio. Nos
plantamos por allí, almorzamos como reinas y nos vamos para la plaza Durbar,
que es lo realmente interesante: una plaza repleta de pagodas y templos
centenarios de arquitectura newari
(una de las muchas etnias nepalesas). La entrada a la plaza tampoco es gratis,
pero de nuevo echamos mano de la cuquería y callejeamos un poco hasta entrar
por otro lado. La plaza está muy ambientada, sobre todo de niños con vestimenta
tradicional. Una guardia se percata de nuestra presencia y viene a pedirnos el
ticket. Nos hacemos las tontas y le decimos que vamos a comprarlo, pero nos
salimos por una calle y volvemos a la plaza por otra callejuela. Vamos, que
aquí el control y la seguridad es un poco de risa. Estamos sólo unos minutos,
porque tampoco es plan de que nos acaben echando, y vamos a un pequeño mercado
que hay a la entrada del otro lado de la plaza (desde donde se puede ver la
plaza casi entera sin tener que pagar…). Tienen cientos de joyas de metal y
objetos antiquísimos que supuestamente vienen de las comunidades que viven en
las montañas, y mientras vamos regateando de un lado a otro, va pasando un
desfile por detrás celebrando unas bodas de oro.
El tiempo se está empezando a poner feo, y antes de que
empeore y se haga de noche, nos vamos a Swayambhunath, o lo que es lo mismo, el
templo de los monos (como si no hubiéramos visto ninguno todavía…), en lo alto
de una colina. Para cuando llegamos ya están empezando a caer las primeras
gotas. Como no, hay que pagar. Y como no, las delincuentes se cuelan por otro
lado, pasando muy cerca de la entrada y sin que nadie se cosque (¡esto está ya “dominao”!).
Aquí hay otra estupa budista, aunque más pequeña, y algunos templos hindúes.
Desde aquí arriba se puede contemplar toda Kathmandú y parte del valle que la
rodea. Un sitio con mucho encanto que investigamos durante un rato, pero la
lluvia ya empieza a apretar y el chubasquero ya no es suficiente. Nos bajamos
hasta la plaza Durbar del centro de Kathmandú, ya cerca de nuestro alojamiento,
y damos una última vuelta por sus calles. Ya es de noche, pero los comerciantes
ambulantes de fruta y verdura siguen allí a pesar de la lluvia, tapando sus
puestos con un plástico y utilizando velas. Queremos volver al hostal pero
estamos desorientadas y nos perdemos varias veces. Entre las vueltas que
estábamos dando, empapadas y con las pintas que teníamos, una mezcla entre E.T
y el jorobado de Nôtre Dame (por tener las mochilas con el poncho por encima y
la capucha puesta), empezó a entrarnos de nuevo el pavo. ¡Vaya dos!
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vistas desde el templo de los monos |
Por fin llegamos a nuestra calle, donde están las tiendas
que ya nos hemos recorrido varias veces pero no podemos evitar volver a entrar en
alguna, y nos metemos en un bar para cenar algo. Nos sirvieron una cena
bastante frugal, que hasta un PinyPon se quedaría con hambre, pero ya estamos
bastante cansadas después de patear todo el día y además mañana nos toca
madrugar. Así que, con muchas ganas de empezar por fin la ruta de senderismo y
disfrutar plenamente de parajes naturales y cambiar un poco el chip, nos vamos
a dormir satisfechas.
¿Has visto la peli "El chico de Oro"? Después de estar allí tienes que verla!!! XDDD
ResponderEliminarPuff hace siglos que vi esa peli! tendré que verla otra vez para recordarla
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