Día 13: Ascendiendo a los cielos

15 de septiembre
Ya estamos preparadas. Nos hemos metido entre pecho y espalda el mismo desayuno de ayer y para cuando hemos bajado, ya estaba nuestro guía esperándonos. La ruta ya la diseñamos ayer entre los tres. Nosotras queríamos una ruta por el valle de kathmandú, pasando por dos sitios imprescindibles, o al menos uno de ellos, desde donde se tienen las mejores vistas del Himalaya. El resto, recomendación de Babu (el guía).

Nos ponemos en marcha hacia la estación de autobuses para dirigirnos a Sundarijal, entrada al parque nacional de Shivapuri, que atravesaremos hoy de sur a norte. En apenas una hora nos plantamos en este pequeño pueblecito y comenzamos la ruta subiendo escaleras…y más escaleras. Es un poco agobiante al principio, pero a medida que vamos ascendiendo nos vemos recompensadas con unas excelentes vistas. Se puede ver Kathmandú muy a lo lejos al sur, pasamos por algunas cascadas, chozas perdidas en la montaña,lugareños realizando sus labores cotidianas, cultivos en terraza (y alguna que otra plantita de marihuana por sorpresa…), siempre rodeadas de verde y nada de ruido, tan sólo los pájaros, el agua y los "namaste" al cruzarnos con personas ¡Un regalo para los sentidos! Seguimos subiendo por caminos de tierra y piedras hasta parar en una aldea (apenas 3 o 4 casas) para descansar un rato y almorzar. Aquí no hay restaurantes ni ningún establecimiento turístico que estropee el paisaje, tan sólo un pequeño bar que sirve únicamente cuencos de tallarines para comer. El emplazamiento de cualquiera de estas aldeas es sobrecogedor, pero también lo es la vida cotidiana de sus habitantes. Para poder conseguir ciertos alimentos y otras cosas necesarias, bajan y suben con bastante frecuencia, a veces incluso a diario, el camino por donde hemos venido. Utilizan como transporte una cesta alargada que cuelgan de la cabeza con un trozo de tela, llegando a cargar 70 kg las mujeres y unos 80-90 kg hombres.
Kathmandú al fondo
 
Seguimos subiendo y en poco coronamos el punto más alto en el que vamos a estar en los tres días de ruta (a unos 2000 y pico metros, pero realmente hemos subido 1000 porque Kathmandú ya se encuentra a 1300 m sobre el nivel del mar). A partir de aquí, el camino es recto o hacia abajo, con pequeñas subidas de vez en cuando. El tiempo empieza a nublarse poco a poco, y en estas alturas se van formando brumas entre las montañas y valles que van escondiendo y destapando el paisaje para añadir momentos mágicos al camino.
 
Llegamos a nuestro destino final del día: Chisapani, otra aldea minúscula con sólo una calle de tierra. Es todavía temprano, pero se ha formado tanta niebla que ya no podemos divisar nada en el horizonte. Nos dan una habitación muy básica pero con unas vistas espectaculares desde la cama y el cuarto de baño. Y aunque no tuvieran agua caliente e hiciera un frío del copón, no todos los días puede una ducharse con ese paisaje de fondo. Bajamos a cenar con Babu, y mientras nos tomamos una sopa picante que nos está recordando a nuestro tiempos en la India a la par que sacándonos los moquillos, nos empieza a contar leyendas sobre los dioses hindúes. Se ve que le apasiona el tema y se pega un buen rato hablando. Ya nos hemos perdido hace rato de la historia con tantas reencarnaciones, animales y culebrones de amoríos, pero le seguimos la corriente simulando que le estamos atendiendo, y yo me tengo que pegar pellizcos en la mano para no reírme sólo de ver la cara de circunstancia de Ana. Sé que a ella le pasa lo mismo, así que evitamos mirarnos para no explotar.
Son sólo las 7 de la tarde, pero ya es totalmente de noche y está lloviendo. No hay nada que hacer ya por aquí y además hace frío, así que no nos queda otra que meternos en la cama e intentar dormir. La cama no es la más cómoda del mundo: es un colchón muy fino y duro, con unas almohadas ideales para pillarte una contractura y una manta que huele mucho a humedad. Ana tiene que dormir en compañía de una araña en la pared y a mitad de la noche se forma una gotera en el techo justo encima suya (bueno, ella por lo menos tiene su saquito de dormir y una almohada más blanda). Aún así, todo esto ya nos da exactamente igual porque forma parte del encanto que tiene estar perdidas en unas montañas a los pies del Himalaya, y no hay nada que pueda estropear la magia y el sosiego de este lugar.

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