10 de septiembre
La cosa no ha ido tan mal en el tren después de todo. No ha
descarrillado, no nos ha comido ningún bicho y hemos podido dormir. Más o menos
sobre las 5 de la mañana llegaba nuestro tren a Varanasi y porque nos dio por
preguntar si la estación en la que habíamos parado era la nuestra, que si no
acabamos a saber dónde.
Aún no estamos en Varanasi. La estación está a 20 km y ya
sabíamos que iba a ser una fatiga regatear con los conductores de rickshaws (motos-taxi) para que nos
llevara a nuestro hotel en pleno centro de la ciudad, porque para ir a patas
está muy lejos. Salimos fuera y allí están, acercándose todos como lobos a su
presa. Primero nos montamos en uno que había que esperar que se llenara de más
gente porque les sale más rentable por la distancia. Esperamos un rato, y más
rato, sentadas al lado de un grupo de conductores hablando, mascando tabaco y
escupiendo, y no se llena. Al final el conductor nos echa porque ha encontrado a
un grupo de personas que completan el rickshaw
entero. Qué razón tenía el que dijo que en la India había que tener mucha
paciencia, y menos mal que la venimos entrenando desde el primer día. Nos vamos
a otro conductor y aceptamos su precio con tal de salir ya de allí (aún así
sigue siendo muy barato).
Un trayecto en rickshaw
de varios kilómetros es toda una aventura. Todos los efectos que se sienten en
un coche se multiplican en uno de estos. Los baches, curvas, posibilidades de
pegártela, inhalación de humo, el sonido de los pitos en “dolby surround”…El
hombre nos va hablando, mirando para atrás de vez en cuando y mascando hojas
secas de betel (una especie de tabaco
que se vuelve rojo al masticarlo) que le ocupan toda la boca y no puede
vocalizar bien (si ya de por sí cuesta entenderlos…). Cada vez que pasaba por
un bache casi dábamos con el techo y había que encoger el estómago para amortiguar.
Nosotras, que nos hemos vuelto ya medio locas en este país, no podemos parar de
reírnos. El hombre nos mira riéndose, enseñando esas perlitas negras teñidas de
rojo que tiene por dientes. “¡Bumpy road, bumpy road!”, nos dice alegremente.
El colmo fue ya ver a dos perros haciendo el kamasutra, dos pobres que no eran capaces de desengancharse y se
habrían retorcido hasta adoptar una postura absurda. Es lo que nos faltaba ya
por ver: vacas comiendo cartones, monos comiendo helados y ahora esto. El
hombre, que nos ve llorando de la risa, nos pregunta que por qué nos reímos,
pero no somos capaces ni de contestar.
Nada más llegar al hotel nos hemos pegado una buena ducha,
hemos descansado algo…¡y a la calle! Por fin estamos en Varanasi, o lo que es
lo mismo, Benarés, la mayor de las ciudades sagradas de la India, a orillas del
Ganges. Para que os hagáis una idea de la importancia de este lugar, aquí es
donde todo hindú quiere morir y que sus restos sean arrojados al Ganges. Hay
decenas de ghats a lo largo del río,
algunos de ellos dedicados exclusivamente a funerales. El dios al que veneran aquí
es Siva, el dios de la destrucción y la muerte (no podía ser otro). Entender cómo
funciona la religión hindú, la de miles de dioses que tienen y cómo se
manifiestan de diferentes formas, ya sea a través de la reencarnación,
en forma de animales o lo que sea, es para volverse loco. Pero los tres dioses
principales son Brahma (el creador), Visnu (el protector) y Siva (el
destructor). A partir de ahí, a echarle imaginación.
Después de pasear toda la mañana nos alejamos un poco de los
ghats para ir a comer. Nos metemos en
un sitio recomendado por la guía por ser de los más limpios, pero había alguna
que otra cucaracha saliendo de los asientos y un frigorífico al lado nuestra
con las rejillas de ventilación de atrás atascadas de pelusas y polvo que ya
tenían hasta DNI propio. Hemos visto cosas muchos peores, así que “palante”.
Pedimos comida de un menú en el que no hay nada escrito en inglés (y preguntar
a los camareros no ayuda mucho tampoco) y escogemos cualquier cosa al azar,
pero le decimos varias veces que por favor no le pongan nada de pique. Llega la
comida y está picante. El concepto de comida no picante es inconcebible para
ellos…Y si aún pidiéndole nada de pique eso pica como para anestesiarte la
boca, no quiero ni pensar cómo estará lo que ellos comen…Deben de tener unos
callos ya formados en el estómago y ojete a prueba de úlceras y almorranas
dignos de admiración.
Descansamos un poco en el hotel y de vuelta a los ghats. Queremos presenciar algún
funeral, que siempre se hacen al caer la tarde. Por el camino se nos engancha
un niño bien vestido y se pone muy contento de ver que somos españolas.
Chapurrea algunas frases en español y nos dice que tiene amigos en España, y
que no tiene interés ninguno en que le demos dinero, que le gusta enseñar su
ciudad y contar cosas que muchos turistas no saben. Le damos un voto de
confianza y le seguimos hacia el ghat
Manikarnika (el de las cremaciones y funerales). Antes de llegar ya viene el
olor de la madera (y/o cadáveres) quemándose, un camino que desemboca en una pila inmensa de troncos
de madera. Los cuerpos deben ser incinerados para evitar el ciclo de
reencarnaciones y así descanse en paz el alma del difunto (excepto los sadhus, bebés, enfermos de viruela,
víctimas de picaduras de serpientes y las vacas, que ya se consideran puros y
no es necesario quemarlos). Pero claro, la madera no es gratis…no todo el mundo
puede permitirse comprar la madera suficiente como para que el cuerpo quede
totalmente incinerado, así que algunos se quedan a medio hacer…y así los tiran
al río. Vemos de lejos un cuerpo cubierto con una tela amarilla a la orilla del
río, preparado para ser calcinado. Pero no nos acercamos más porque, aparte de
una cuestión de respeto y que está prohibido hacer fotos, da bastante grima y
no es algo especialmente agradable. El niño nos dice que subamos a una torre
pequeña desde donde veremos mejor el espectáculo. Aquí ya nos damos cuenta de
las triquiñuelas del niño cuando le veo susurrándole algo a otro que había
allí, el que dice que nos va a explicar cómo funciona todo aquello. Empieza a soltar
el rollo, pero quisimos irnos después de la encerrona que nos había preparado para
sacarnos alguna propina. Así que lo mandamos a tomar viento diciéndole que
queríamos irnos solas. Ya estamos muy cansadas de los continuos timos y engaños.
Seguimos por nuestra cuenta y nos sentamos durante un buen
rato en las escaleras para disfrutar del atardecer y del ambiente. Vacas
subiendo y bajando los ghats como si
fueran personas, gente llegando en barca, curiosos que no paran de mirar,
hombres bañándose en el río, algunos incluso pegando pequeños sorbos del río “sagrado”.
El Ganges es el río más contaminado del mundo por la cantidad de desechos,
vertidos industriales, excrementos y, como no, cadáveres. Y sin embargo, ellos
se bañan, beben, nadan como si tal cosa, inmunizados totalmente al hervidero de
miles de bacterias que hay. Asombroso. Cuerpos preparados para cualquier cosa (comida,
tráfico, agua…)
Se hace de noche y callejeamos un poco más antes de irnos al
hotel, encontrándonos con un espectáculo coreográfico de fuego, la Puja, en el ghat principal. Es una ceremonia en honor al río “madre” y se
realiza diariamente. Hay cientos de personas reunidas por las escaleras y sobre
las barcas, y hombres pasando con una bandeja para bendecirte con el punto rojo.
Una ceremonia curiosa que no está mal para acabar el día.
Puja se llama una chavala india que conozco que vive aquí en Sevilla.
ResponderEliminarVeo que todo el tema asquerosil de los hindúes puede resumirse en el personaje de la última foto en el centro-izquierda.
Alberto.
jajaj nunca me había fijao en ese tío...No lo llega a resumir del todo, pero es un pequeño detalle :P
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