7 de septiembre
Suena el despertador a las 5 de la mañana, pero a mí lo mismo
me da porque llevaba ya despierta desde que nos acostamos. Vamos, que no dormí
nada. Me tuve que levantar varias veces durante la noche y a esta hora todavía
sigo con un poco de fiebre y malestar. Todavía es de noche, así que esperamos
un poco más a que sea de día y para ver si me pongo mejor, pero nada…Llega la
hora del desayuno y Ana se va mientras yo sigo tumbada asumiendo que ya no voy
a poder ver nada de la ciudad y concentrándome ahora en reunir fuerzas para el
próximo trayecto en coche (que sólo de pensar que nos esperaban cuatro horas de
viaje, con el cuerpo así, sin aire, los baches, sin saber si podría controlar
las “llamadas de emergencia”, se me rizan hasta los pelillos de la nariz).
Parece que me ha sentado bien descansar estas primeras horas
de la mañana y ya al menos me puedo poner de pie sin marearme ni tener ganas de
llamar a Juan (Braulio o similares). Nos vamos al coche y me despido de una
ciudad totalmente fantasma para mí, de la cual tengo que leer en la guía cosas
como que “está construida al pie de una fortaleza con una majestuosidad sin
igual, sin duda una de las más bellas y de las más importantes de la India.
Desde lo alto, os sorprenderéis del color azul lavanda de la mayoría de las
casas…”. Gracias, virus de mierda. No sé cómo llegaste a mí (no sé si por el
trote del viaje de ayer o por haber comido/bebido algo chungo, lo cual me
extraña porque siempre he tenido mucho cuidado y he comido lo mismo que Ana),
pero ¡¡ahí te puuuuudraaaaas!!. Por lo menos tengo el consuelo de haber estado
en una de las mejores habitaciones de los hoteles que nos han tocado (amplia,
imitando a un haveli con arcos y grabados
coloridos, baño amplio y hasta limpio, a los pies del fuerte, con patios
interiores y decorados muy bonitos).
Terminamos de comer y nos vamos a vagar por ese entramado de
calles, gente y tiendas (que no falten las bicis y motitos). Todavía no estoy
recuperada del todo y noto un bajón. Tengo que ir despacio y parándome a cada
rato para sentarme mientras Ana está disfrutando de tienda en tienda. A pesar
de la cantidad de tiendas para turistas, no se ven muchos por aquí y tampoco se
pierde el misticismo del pueblo. Siempre hay gente subiendo y bajando a los ghats, entrando y saliendo de los
templos llevando el punto rojo de la bendición en la frente, sonidos de
campanas, olor a incienso (esto se une a la masa de olores descrita en el
primer día de viaje…). Vuelvo a estar mejor, así que eso me sube el ánimo y
seguimos investigando el lugar con más ganas. En algún momento empezamos a
bajar a uno de los ghats y de repente
empezaron a tocar una campana de aviso como si fuéramos el demonio o hubiéramos
quebrantado la mayor de las santidades hindúes. Se nos acercan y nos dicen que
no podemos pasar, que si tenemos que comprar flores (o al menos eso entendí).
Eso de las flores es un invento atrapa-turistas que se lo han currado muy bien.
Menos mal que ya íbamos advertidas y no picamos, pero el truco consiste en
venderte unas flores o directamente ponértelas en la mano para que las tires al
lago sagrado como un acto de ofrenda a Brahma y bla bla bla. Se supone que es
gratis, pero luego te piden propina. O incluso te hacen pronunciar unos chakras (oraciones) en hindi, para que
te sientas muy místico, y luego cuando te traducen lo que has dicho resulta que
has jurado por los dioses dar una propina de mil rupias, unos 14 euros (como
les pasó a unas catalanas que conocimos más adelante). En fin, que nos dimos la
vuelta y entrando por otra callejuela, custodiada por una vaca bastante
imponente, casualmente acabamos en el mismo ghat
(minado por cientos de palomas) sin que nadie nos dijera nada (bueno sí, uno
que nos advertía que no podíamos hacer fotos, y más tarde se ven a dos turistas
haciendo fotos…). Ya sabéis…indiosincrasia.
Lo de los ghats es
curioso. La vida y las prácticas que se llevan a cabo aquí es todo un fenómeno
ritual en la India. En lugares sagrados como éste los más devotos bajan cada
mañana al lago por estas escaleritas para hacer sus abluciones, lavar prendas,
rezar e incluso funerales. El lugar más conocido en la India para vivir esto
es, sin duda, Varanasi (a donde llegaremos en unos días). Otra curiosidad son
los perros. Decenas y decenas de ellos vagando por las calles, unos con aspecto
normal y otros pobres bastante sarnosos. Bajando por otro ghat, se me acercaron un par y los acaricié. Una mujer al fondo me
indicaba con la mano que no hiciera eso. Me comentaron antes de venir a este
país que los perros son maltratados porque se consideran reencarnaciones de los
parias (la casta o clase social más baja y totalmente marginada) y tocarlos da
mala suerte. Ya me temía tener que ver
alguna que otra escena cruel. Pero la verdad es que a la más mínima señal de
cariño que le muestras, se vuelven locos y se te acercan en busca de una
caricia. Siempre muestran una actitud pacífica, no son para nada violentos, deambulan
por la calle entre las personas sin miedo, como uno más, se echan sus siestas
en cualquier sitio sin temer por sus vidas. Un perro maltratado no actuaría de
esa forma. Más que un maltrato físico, es un castigo sin amor: han tenido la
mala suerte de ser considerados seres impuros por la religión, mientras que las
ratas, por ejemplo, son sagradas. Pero aún así, los indios sienten un profundo
respeto por la naturaleza y viven en plena armonía con ella. Es parte de su
filosofía de vida y de su religión. A
pesar de la pobreza y suciedad, se puede palpar ese pacifismo y conjunción
entre ellos y con lo que les rodea.
Entramos en una tienda de fundas de cojines y después de un
buen rato negociando, mejorando nuestras técnicas de regateo y de ver millones
de fundas, Ana se llevó algunas cosas (aunque luego tenía la sensación de que
le había timado un poco). El hombre, en muestra de agradecimiento, se ofreció a
ponernos un sari para que nos
hiciéramos una foto. El pájaro pretendía que nos quitáramos la camisa porque
así quedaba mejor. No sabemos si es que era demasiado listo o que culturalmente
no implicaba nada sexual para ellos eso, pero lógicamente no lo hicimos. Ana y
yo nos mirábamos y nos reíamos de vez en cuando mientras el hombre nos
terminaba de poner la tela silenciosamente. Hala, ahí estábamos disfrazadas,
Ana de blanco y yo de negro, que más que parecer indias llevando unos saris éramos la Virgen de la Macarena y
la Esperanza de Triana con los mantoncillos reliados. Sólo nos faltaba que nos
colgaran unos rosarios y la lagrimita en la cara…Bueno, aparte de echarnos unas
risas, también aprendimos cómo se ponen los saris.
Ya era de noche y teníamos intención de volver al hotel,
pero estábamos desorientadas con tantas callejuelas y ahora no sabíamos por
dónde teníamos que volver. Nos pegamos un rato dando vueltas, pasando por el
mismo sitio varias veces, por calles donde sólo había puestos de comida e indios
(sólo hombres, a partir de cierta hora del día no se ve ni una sola mujer en la
calle, y menos en reuniones sociales de este tipo) agolpados alrededor de una
vieja tele viendo un programa hipnotizados y en silencio. Aprovecho y me compro
una papaya (buena para los problemas gástricos) en un puesto de frutas,
pudiéndome liberar por fin del billete de 50 rupias que todo el mundo me rechazaba
por estar muy arrugado y con un poco de fixo (al cual llamábamos el “billete
maldito”). Incluso si los billetes están mínimamente rasgados, también te lo
echan para atrás (con otras cosas no, como la limpieza, pero con el dinero bien
meticulosos que son). Logramos encontrar el camino de vuelta, pero totalmente
oscuro. Nos dimos prisa y llegamos al hotel por ese mismo descampado y
atravesando la verja.
Ahora nos espera la jungla de mosquitos y otros bichos que
teníamos en la habitación. Ana se mete en la ducha y al rato empieza a pegar
voces al mismo tiempo que se descojona (imagino de que ella misma, ¡je,je!).
Una cucaracha anda por ahí suelta. Más tarde, cuando subo a la habitación
después de estar un rato en el hall
de la recepción, me encuentro a Ana ya acostada y tapada hasta arriba. Se ha
puesto loción antimosquitos hasta en el pelo. El ventilador no es suficiente y tenemos
que poner el aire acondicionado para ahuyentarlos. Ana al menos tiene su
saco-sábana de dormir, pero yo tengo que cubrirme entera con esas sábanas
pulgosas y con la manta apestosa para no coger frío.
xDD Desde luego, no tienen desperdicio vuestras aventuras de esos días, os habéis "mojado" de la cultura jajajajaja Describes tan agobiante tu malestar "digestivo" que me lo has contagiado XD Y qué listos y cabroncetes son con lo de jurar por todos los dioses que les iban a dar 1000 rupias no??!?!?! madre mía!
ResponderEliminarJeje sí, son muy cucos...hay que andarse con mucho ojo! Pero bueno, es normal...cuando hay pobreza y necesidad se agudiza el ingenio
ResponderEliminar