4 de septiembre
Ya hablamos algo más con el conductor, que poco a poco nos
va dando confianza. Y llegó la pregunta inevitable: “¿estáis casadas?”. Ana y yo ya estábamos
preparadas para esta pregunta porque habíamos acordado decir que estamos
casadas para evitar problemas, con eso de ser dos mujeres solas viajando por
libre. Así que sí, estamos casadas. Ahora tocaba inventarse una historia sobre
la marcha por si venían más preguntas, como así fue. “¿y por qué no han venido
vuestros maridos con vosotras?” “Pues…porque no tienen vacaciones. Tienen mucho
trabajo… Es que trabajan juntos, fíjate qué casualidad. Ingenieros informáticos”.
Total, que al final resulta que yo llevo casada desde el 8 de marzo de 2008 (vaya morao me tuve que coger en la boda, ¡porque no me acuerdo de nada!),
Ana desde el 13 de julio de 2010 y no sé cuántas trolas más le metimos, pero el pobre se creyó todo (al menos eso
creemos).
Sorprendentemente se cumple el pronóstico de la hora
estimada y llegamos a Jaisalmer sobre las 3 de la tarde, la que llaman la
ciudad dorada (por el color de su fortaleza y las casas), muy cerca de Pakistán
y considerada uno de los mejores sitios del Rajastán. El hotel la verdad que
también nos sorprendió porque, aunque no era gran cosa, tenía una piscina y las
habitaciones decoradas todo hippie a
más no poder. Sí, bueno…demasiado turístico, pero a nosotras nos gustó esa
explosión de colorido, espejitos y dibujos en la pared. Además con una especie
de saloncito-terraza a la entrada. Teníamos la tarde entera libre para estar a
nuestras anchas, así que eso nos hizo animarnos más todavía. Después del día de
ayer, cualquier chorradita te hace la más feliz.
Yusuf nos lleva a Bada Bagh, una colina a las afueras de la
ciudad, porque dice que la puesta de sol desde allí es muy bonita y además se
ve toda la ciudad. Tenía razón, es un lugar con bastante encanto. Se trata de
un conjunto de cenotafios (tumbas vacías o monumentos funerarios) de los
maharajás de Jaisalmer, en forma de cúpulas o tejados puntiagudos sostenidos
por pilares a los que el sol les da un tono dorado-anaranjado. Se oyen cánticos
de fondo y, como no, los constantes bocinazos del tráfico. Nuestro conductor
también nos acompaña porque dice que no conoce a nadie en esa ciudad. Ahí
empezamos a sospechar que la vida de este hombre no debe ser nada fácil y nos
daba hasta pena. Es musulmán, tres años casados bajo un matrimonio concertado,
un hijo de dos años al cual sólo puede ver cuando llega a Delhi después de
llevar a guiris como nosotras por ahí durante los días que tengan que ser, con
un día de descanso como mucho. Damos algunos paseos, nos hacemos fotos y nos
sentamos en silencio durante un buen rato para disfrutar de la estampa y el
aire místico que corre en ese lugar.
Ya escondido el sol, volvemos a la ciudad y nos pegamos
otros paseos por sus callejuelas atestadas de gente, tiendas, bullicio, motos y
bicis. El olor a cuero impregna las calles, principal artesanía aquí. Ya vamos
echándole el ojo a cosas que nos gustan para comprarlas al día siguiente. Te
sorprende ver cómo, al preguntarnos de dónde somos, te chapurrean palabras y
frases en español (a veces en italiañol, franceñol o indioñol). La verdad que
nos cruzamos con bastantes españoles, de hecho la nacionalidad más presente que
hemos visto, lo cual por desgracia le quita un poco de encanto al exotismo de
estar en un país tan lejano y en una ciudad que está donde Cristo perdió el
mechero.
Nos entra ya la gusa y nos vamos a un restaurante a
degustar, por primera vez en el viaje, la cocina india. Nos pedimos unos lassi de plátano (yogur líquido casero),
un thali rajastaní (una bandeja con
diferentes cuencos de arroz, verduras del desierto (a saber qué sería…cualquier
hierbajo), trozos de carne en salsa, patatas…y lo vas mojando con el pan de
pita o roti (pan muy fino crujiente).
Picante, muy picante, los labios como el culo de un mono y los moquillos
colgando. Y eso que le preguntamos si picaba mucho y te dicen que no.
Nos volvemos al hotel ya después de esta cena tan adecuada
para dormir. Abres la cama y ves esas sábanas con lamparones, hueles la
almohada y te preguntas por qué huelen a humano en vez de oler a limpio, la
manta también desprende un olor rarito. Bueno, no nos vamos a poner
quisquillosas porque entonces lo llevamos clarinete…Después de un rato me pongo
a buscar mi pinza del pelo y me salgo a nuestro saloncito-terraza para ver si
está allí, con la sorpresa de encontrarme a un niño viendo la tele, tan pancho,
y sin hacer el más mínimo amago de moverse. Tranquilo, chaval, ¡que estás en tu
casa! Me vuelvo para adentro todavía con el susto y Ana se descojona un ratito.
Allí se queda el niño un rato…
Nos intentamos dormir ya, ponemos el ventilador (da miedito
tener esa cosa justo encima de ti, moviéndose más de la cuenta y haciendo tanto
ruido), apagamos la luz…y al poco pega Ana un salto de la cama. Algo le había saltado
en la cara y vimos que era un saltamonte pequeño. Pusimos el aire acondicionado
para espantar a los bichitos, pero no se puede regular la temperatura y tienes
q taparte hasta arriba con esas sábanas…y pasas frío, y volvemos al ventilador…Algo
dormimos J
JAJAJAJAJAJ!!!Entre el niño y el saltamontes, esa noche alargué mi vida con tanta risa :)
ResponderEliminarxDDDDDDDDDDDDDD Qué arte, me he partido de risa con los últimos párrafos y lo del culo de un mono jajajajaj Por cierto, quién era ese niño?????
ResponderEliminarY qué triste la vida de ese hombre... aunque supongo que allí será lo más normal. Muy curioso también lo de "estar casadas", qué hay de malo en que estén dos solteras de viaje en la India? O íbais a ser blanco fácil para putearos o algo????
Ana.
Pues el niño no sabíamos quién era...se habría colado. Lo de decir que estamos casadas era para protegernos más, allí la cultura y la forma de pensar es muy diferente y les resulta muy raro que mujeres de nuestra edad estén solteras y viajando solas. Además así también imponíamos más y evitábamos a algún listillo
ResponderEliminar